Esta leyenda tiene su origen en la histórica ciudad de San Pedro, Coahuila, lugar rico en leyendas por ser la cuna de la Revolución y de tantos acontecimientos bélicos. La leyenda de «La Blanca» se inicia en la época revolucionaria.
Un matrimonio acaudalado, celosa por mantener incólumes sus apellidos, educó a sus hijos con esmero y apego fiel a las buenas costumbres; mandó construir una mansión en un lugar céntrico, precisamente en la confluencia de las calles Lerdo de Tejada y 5 de Mayo. Posteriormente la casa fue habitada por otra familia: un matrimonio, varias hijas y sólo un hijo varón, orgullo de sus padres.
La casa era grande, constando de patio, traspatio, jardín con árboles frutales, diez recámaras, cocina y baños. A poco tiempo de que la familia ocupara la casa, empleó a una muchacha como ayuda doméstica, siendo ella humilde pero muy agraciada en cuanto a belleza. El joven hijo quedó prendado de ella.
Los prejuicios sociales impedían que el joven manifestara su amor abiertamente —a lo que además sus padres opondrían rotundamente cualquier consentimiento—, por lo que sostuvieron un romance en secreto que culminó con el embarazo de la joven sirvienta. Fue imposible ocultar tal situación. Los padres del muchacho decidieron guardar el secreto, fingiendo dentro del seno familiar aceptar a la joven embarazada.
Cuando llegó el momento del parto contrataron a una comadrona de otra ciudad, pegándole una buena cantidad para comprar su discreción. El producto fue un hermoso niño que esa misma noche fue arrebatado de los brazos de su madre; a ésta la echaron de la casa. Inútiles fueron los ruegos y el llanto de aquella joven madre para que le regresasen a su hijo.
Poco después la muchacha murió sin conocer la dicha de acunar en sus brazos al fruto de su amor. Se cuenta que la bella joven murió por su extremada tristeza. Al poco tiempo del deceso, en aquella casa donde había servido comenzó a aparecerse una mujer hermosa de ondulante cabellera negra, que vestida con un atuendo largo y suelto flotaba por todos los rincones dejando escuchar espeluznantes gemidos de dolor, y un llanto que helaba la sangre de quienes llegaron a verla y escucharla.
Cabe mencionar que el bebé murió corto tiempo después. No por ello el fantasma dejó de aparecerse, causando terror a quienes habitaban la residencia. Las luces se apagaban, los objetos eran arrastrados, y el fantasma rondaba la cama de su amado en un callado reproche por su pasividad. El joven enamorado, agobiado por aquellas apariciones y por el cargo de conciencia, se volvió alcohólico. Por las noches velaba esperando ver la aparición, y cuando creía verla disparaba su pistola en un inútil afán por acabar con el fantasma de la mujer a quien burló.
El padre de este joven, hombre adinerado, acostumbraba enterrar su dinero en monedas de oro y de plata en lugares de sólo él conocidos. Murió repentinamente sin decirle a nadie el lugar donde estaba su fortuna. Posteriormente la familia cambió de residencia a otra ciudad, no sin antes haber buscado afanosa, pero infructuosamente, el tesoro enterrado; prefirieron dejar todo antes que seguir padeciendo las apariciones de La Blanca, que aún sigue rondando la vieja casona.
Los actuales inquilinos aseguran continuar viendo el espectro por las noches, vagando sin descansar; incluso a una de las moradoras le ofreció decirle dónde estaba el tesoro, a cambio de su hijo, oferta que, obviamente, fue rechazada.
Si usted, lector, está dispuesto a canjear uno de sus hijos por el tesoro, La Blanca lo espera cualquiera de estas noches.
Esta leyenda fue recopilada por Griselda Vázquez Aldape, y apareció publicada en el libro Habla el Desierto, Leyendas de La Laguna, editado y publicado por El Siglo de Torreón en el año de 1997.