Cuentan los ancianos de los ranchos extendidos por las faldas de las sierras de San Lorenzo y Texas —como Tacubaya, Progreso, Santa Brígida y Santa Eulalia— que durante la Revolución, después de que asesinaron a don Panchito Madero y tomó el poder el usurpador Victoriano Huerta, hubo enfrentamientos entre las tropas federales y revolucionarias en Torreón.
Villa era el jefe de los revolucionarios. Serían los últimos de marzo o los primeros de abril de 1914, cuando en todas las casas se hacían preparativos para recibir la Semana Santa con solemnidad. Los laguneros ya habían vivido la revolución y hubo zozobra al correr el rumor de que los villistas habían tomado Chihuahua, avanzando entonces rumbo a La Laguna.
—¡Ya llegaron a Bermejillo y hay encuentros por el lado de Tlahualilo. Pronto van a atacar Gómez Palacio!
Efectivamente, pocos días después el Cerro de la Pila atestiguaría el fiero combate entre federales y villistas; estos lograron el triunfo y los federales se replegaron a Torreón, donde esperaban resistir y dar el contraataque. El combate duró varios días, hasta que el 3 de abril los federales fueron derrotados; quienes no fueron muertos o aprehendidos emprendieron la retirada.
El general federal J. Refugio Velazco mandó llamar en privado a Benjamín Argumedo, antiguo maderista, originario de El Gatuña (hoy Congregación Hidalgo), allá por el rumbo de Matamoros. En forma muy confidencial le encomendó la tarea de transportar a San Pedro, todavía estaba en manos federales, todo el dinero «confiscado» a los bancos y quitado a los ricos de Torreón, para que no cayera en poder de los revolucionarios. Con una reducida escolta Argumedo acomodó los costales llenos de alazanas de oro en una carreta tirada por cuatro machos.
Aprovechando la confusión dada por la retirada de los federales, Argumedo salió de Torreón rumbo a San Pedro por una ruta opuesta a la que los soldados en fuga habían escogido, y que era rumbo a Viesca. Con la pequeña escolta y el riquísimo cargamento se fue faldeando la ladera norte de las sierras llamadas Texas y San Lorenzo, por el antiguo camino de herradura que comunicaba San Pedro de las Colonias con Torreón.
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¿Estarías dispuesto a cambiar a uno de tus hijos por un tesoro?
El constante peligro de las patrullas villistas obligó a Argumedo a esconder el tesoro, pretendiendo recogerlo cuando el peligro hubiese pasado. Encontró una gran gruta en la montaña y ordenó meter la carreta con su preciosa provisión. Las bestias fueron sacrificadas, haciéndose una mezcla para cegar la entrada con sangre, tierra y piedras, y luego disimularla cubierta de magueyes, biznagas y plantas de gobernadora.
Terminada su labor, el grupo federal se reintegró al Ejército en el rancho La Soledad. Los cinco soldados que acompañaron a Argumedo fueron muertos durante la toma de San Pedro. Benjamín Argumedo sobrevivió a las batallas de San Pedro, Paredón y Zacatecas, batallas en que el triunfo definitivo fue de la Revolución.
Durante dos años Argumedo anduvo escondido, hasta que fue capturado en la sierra de Durango. «Liado como un cuete» fue conducido a la ciudad capital de Durango, donde lo fusilaron el uno de marzo de 1916. Con su muerte se llevó el secreto de donde está el carretón cargado de alazanas de oro.
Los ancianos todavía miran a la sierra de San Lorenzo y afirman que entre Santa Eulalia y Tacubaya, muy cerca de una roca gigantesca conocida como La roca del pavorreal, se encuentra la cueva escondida. Otros aseguran que está cerca de Alejandría, al oriente de San Pedro, y que las tolvaneras han cubierto gran parte de la ladera de la montaña.
Allá sigue escondido el tesoro de Benjamín Argumedo, esperando que alguna Semana Santa un afortunado lo encuentre. Entre tanto, los ancianos siguen mirando con nostalgia la señorial montaña que se levanta altiva en el corazón de la Región Lagunera, mientras las mentes se pueblan de fantasías añorando ser los felices descubridores de tan fabuloso tesoro.
Esta leyenda fue recopilada por José Reyes Mireles López, y apareció publicada en el libro Habla el Desierto, Leyendas de La Laguna, editado y publicado por El Siglo de Torreón en el año de 1997.