“Si nosotros, como queremos, queremos que India continúe por su camino de democracia, de exitosa potencia mundial en ascenso, debemos asegurarnos de tener claras las responsabilidades y las expectativas que eso conlleva”, añadió Trudeau.
La paradoja es que Nijjar no parece haber representado hoy ninguna amenaza para la India. Hubo un movimiento separatista violento que apoyaba a Khalistan a principios de la década de 1980, y conocí a sus líderes cuando era estudiante de derecho y viajaba con mochila por la India y dormía en el suelo del Templo Dorado Sikh para ahorrar dinero. Pero ese movimiento ha fracasado y el sueño de Khalistan parece más vivo en la diáspora sij que en la propia India.
Si se descubre que India miente sobre su papel en el asesinato, habrá dañado su posición internacional mucho más de lo que Nijjar jamás podría haberlo hecho.
Un país extranjero puede superar un asesinato en una democracia occidental, pero sólo si se sincera. En 1984, hombres armados en California asesinaron a un periodista taiwanés-estadounidense, Henry Liu, después de que escribiera una biografía crítica del dictador de Taiwán en ese momento. Taiwán finalmente procesó a un jefe de inteligencia militar por el crimen y lo condenó a cadena perpetua, y Taiwán y Estados Unidos superaron el incidente.
En este caso, sin embargo, Modi no muestra ninguna señal de investigar y parece estar tratando de sacar provecho político, inflamando el nacionalismo punzante que ha impulsado su carrera hasta ahora. Se presenta a sí mismo como defensor de la mayoría hindú de la India frente a los yihadistas musulmanes o los separatistas sikhs (o los mojigatos imperialistas occidentales) y esta polémica podría de hecho ayudarlo en las elecciones indias del próximo año.