En Lerdo, Gómez Palacio y Torreón tenemos patrimonio arquitectónico que nos distingue como región. Hablaré de algunos de los edificios, chalets, casas habitación y espacios públicos que nos dan identidad. La gran mayoría fueron construidos en el período 1900-1930. Los más antiguos (de alrededor de 1880) se encuentran en Lerdo, como su quiosco, el edificio de la Presidencia Municipal con su enigmática torre reloj, los encantadores chalets cercanos a la Plaza Principal y su panteón.
Gómez Palacio posee sus emblemáticas viviendas de baquetas altas, la Casa Faya y la desaparecida Casa Redonda.
Pero en esta ocasión, en el marco de su 117 aniversario, los invito a que juntos, en estas líneas, hagamos un recorrido por Torreón. Desde hace mucho tiempo tengo una fascinación con mi ciudad natal, especialmente por el centro, por las áreas que rodean la Alameda, la Plaza Mayor y la tradicional Plaza de Armas. Pero veo tristemente que tenemos en el olvido al primer cuadro de la ciudad (a excepción de poquísimos esfuerzos aislados).
En mi obstinación porque estas áreas revivan, he platicado con mis amigos arquitectos y pintores, quienes comparten conmigo esta preocupación. Hace tiempo, Antonio Méndez Vigatá, arquitecto lagunero, me compartió esta solución: atraer habitantes al centro como primer paso del rescate. Mientras tanto, yo me pregunto por qué los edificios de apartamentos que en su época estuvieron de moda, hoy están olvidados.
Hay que mirarlos con atención: son espaciosos, confortables, luminosos y bien ubicados. Me refiero, por citar algunos, a los edificios Carolina, Gidi, Marcos y, por supuesto, el ondulante y magnífico Urdapilleta (ubicado al lado del Templo del Socorro), un capricho arquitectónico con sus imponentes balcones que ofrecen una vista espléndida.
EDIFICIO ESPARZA
Hubo un inmueble bellísimo (me contó mi mamá) en la esquina de Morelos y Cepeda, llamado Edificio Esparza, que poseía una inigualable vista hacia la Plaza de Armas. Pero hace décadas que en esa portentosa esquina existe una horripilante construcción en obra negra y hasta hoy no ha llegado un gobierno capaz de exigir su terminación o encargarse de la elaboración de un proyecto arquitectónico digno de uno de los puntos más importantes de Torreón. Esta obra negra está al lado del Teatro Nazas y este predio, hoy sin uso, se transformará en la ampliación del recinto.
LOS TRES GIGANTES DE CANTERA
Sigamos ahora el recorrido por la Plaza de Armas sobre la avenida Juárez. Ahí contemplamos los tres gigantes de cantera, como me gusta llamar al antiguo Banco de la Laguna, al Casino de la Laguna (hoy Museo Arocena) y al antiguo Banco Chino (hoy conocido como Edificio Russek). Todos admiramos y valoramos esta triada de gigantes.
Cruzamos la plaza y vamos a la esquina de Morelos y Valdez Carrillo, donde se encuentra el edificio Monterrey, valioso por su columna de mosaico y sus relieves escultóricos de bronce, obra del gran muralista y pintor Jorge González Camarena.
BELLÍSIMA CASONA RECUPERADA
Recientemente, una lagunera, Josie, decidió invertir en el perímetro de la Plaza de Armas, adquiriendo una casa antigua que por décadas había permanecido vacía, en el olvido. Se trata de la casona de la familia Tueme, hermosa por su fachada bermellón y su amplio balcón que contempla las palmeras de la Morelos. Estuvo abandonada a su suerte, agrietada, despintada. Hoy podemos ir a conocerla porque es un café restaurante donde tocan músicos en vivo. Aldo Valdés se encarga del restaurante, llamado El Chioso de la Morelos, y Elías Agüero lidera este magnífico proyecto. En su patio, con sus baldosas y azulejos originales, se puede disfrutar de una velada agradable. Ahí también está el Centro de Artes del Norte, dirigido por Susana Nava.
Esto es un ejemplo de la manera en que los inmuebles antiguos pueden convertirse en algo rentable para sus propietarios. Pueden transformarse en vivienda, oficina, restaurante, escuela, etcétera.
Sin embargo, quiero hablar de otras construcciones que hemos ignorado y desdeñado y cuyo valor no hemos (o sus dueños no quieren hacerlo) reconocido. Veamos sólo algunas, la lista es grande.
HOTEL PRINCESA EN RUINAS
A sólo unos pasos de la Valdez Carrillo, sobre la misma avenida Morelos, tenemos un edificio de adobón recubierto de azul. Ahí, suspendido milagrosamente, leo un antiguo letrero que dice «Hotel Princesa» y, coronando la fachada, la inscripción «1906». Cuentan que además de haber sido hospital, vecindad y hotel, Pancho Villa lo utilizó como caballeriza. ¿Verdad o leyenda? No lo sé. Me alegra ver en pie a este sobreviviente, a pesar del abandono. ¿Hasta cuándo tendrá que esperar para que le sacudan esas telarañas y le den un uso digno?
Crucemos el camellón y vemos una barda. Es el estacionamiento Princesa, donde existió el imponente Cine Princesa. Lamentablemente, fue demolido y esa importante esquina de Morelos y Valdez Carrillo está también, desde hace años, olvidada, convertida injustamente en un terreno para estacionar coches. Su propietario debería, aunque sea, poner unas palmeras en macetones gigantes para adornar ese terreno tan desolado y de paso darle sombra.
Sobre la misma acera, es decir, frente a la plaza, hubo un lugar de ensueño, el mejor restaurante de su época, El Apolo Palacio. Nunca lo conocí, pues fue demolido (dicen que dejó de funcionar alrededor de los años setenta). He escuchado que poseía unos hermosos murales y tenía asientos tipo pullman. Era un centro de reunión de agricultores y empresarios de aquella época dorada. Hoy, no hay nada.
DIAMANTE ESCONDIDO
Crucemos ahora hacia la Plaza de Armas y dirijamos los pasos sobre la calle Cepeda. Un edificio nos pide detenernos. Sus balcones de herrería geométrica, su fachada de tonos escarlata y blanco, nos atrapan. Posee un elegante remate en la esquina de la avenida Juárez y Cepeda. Es el Hotel Galicia. Lo mandó construir el agricultor español Fernando Rodríguez Rincón.
Durante varios años entré cuando era un hotel de escasas estrellas, para tomar fotos de sus bellísimos acabados en las paredes, su vitral en la escalera principal. No me canso de admirarlo, es un diamante que se niega a dejar de brillar, a pesar de estar cubierto con el lodo del abandono.
Su escalera en la entrada principal es imponente (una de las más antiguas de Torreón). Al subirla, te ilumina la colorida luz que emana de un majestuoso vitral. Si van ahí, se sorprenderán al contemplar sus muros interiores recubiertos de mosaico de pasta estilo sevillano. Es un edificio único en su tipo en la ciudad.
El Galicia aún respira, a pesar de los espantosos anuncios comerciales que subdividen su fachada. Simplemente, con hacer esos anuncios más pequeños y uniformes, ganaría un mejor aspecto. Urge un proyecto de imagen urbana para este edificio.
Lo contemplo y me parece que es un animal exótico y moribundo, un testigo de otra época que se niega al olvido y sobrevive milagrosamente. Es necesario que alguien inicie la hazaña de revivir a este magnífico hotel con su esplendor de antaño y llenarlo de inquilinos.
MIREMOS HACIA EL CENTRO
Hay tantos otros edificios, casonas y casitas que están ahí pacientes, silenciosas, esperando una inyección de vida, una manita de gato que les devuelva su valor ante nuestros ojos. Como ya dije antes, es necesario atraer personas a vivir en el centro, eso desencadenaría una reactivación de la zona. El gobierno, junto con los propietarios de los inmuebles, el Colegio de Arquitectos y universitarios, tendrían que armar la estrategia para atraer habitantes. Esto ha funcionado en otros centros históricos en México y en el mundo.
Miremos, pues, hacia el centro. Hay mucho patrimonio construido que rescatar, pero aún estamos a tiempo. Recordemos que en Torreón, al tener su auge de crecimiento a principios del siglo XX, los edificios de esta zona emanan de dicha época, del boom industrial. No nos debemos comparar con las ciudades coloniales. Valoremos lo que tenemos porque es lo que nos da identidad.
Decido finalizar mi caminata en la Plaza de Armas, aprovechando que el calorcito y la música están a todo dar, pura alegría lagunera. Me voy a tomar una agua celis. Aquí me voy a quedar a ver a los alegres y despreocupados bailadores, quizás, con suerte, me inviten también a raspar el huarache.