¡Viva Villa! ¡Viva Villa, Jijos de la..! Aquel grito rodaba por todas las calles de la pequeña ciudad. Grito que erizaba la piel, anunciando desmanes y saqueos.
La Perla de La Laguna se disponía a pagar, a precio de oro y sangre, su envidiable ubicación estratégica, tanto en lo comercial como en lo militar. Intersección de vías férreas, paso obligado de viajeros que iban tanto al norte como al sur.
En pocos años un humilde caserío se convirtió en próspera villa, donde florecían la agricultura, la ganadería y el comercio. Era el centro de atracción para quienes pudieron prever que pronto sería una generosa ciudad. Hombres y mujeres de todas partes, y de diversas etnias, vinieron a habitarla: alemanes, chinos, árabes… sumados a la multitud de españoles que ya había llegado.
Al estallar el movimiento revolucionario de 1910, Torreón estaba en manos del Gobierno Federal; tras el triunfo maderista pasó a manos de los revolucionarios, en mayo de 1911. Una efímera paz tranquilizó a los mexicanos cuando Madero tomó el poder, pero ante la traición de Victoriano Huerta y su asesinato a Madero y Pino Suárez, la Revolución se reanudó con ímpetu mayor.
En octubre de 1913 la mítica División del Norte, bajo el mando de Francisco Villa, derrotó a las fuerzas federales que comandaba el general Alvirez. Torreón quedó así de nuevo bajo autoridad revolucionaria.
Villa tenía aversión por los españoles, al creer que habían apoyado incondicionalmente a los federales.
—¡Tráiganme a esos gachupines!— ordenó furioso.
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Algunos cuentan que fue la esposa de un árabe avecindado por la avenida Madero.
Los villistas detuvieron a todos los españoles que encontraron, llevándolos a la presencia de su jefe. Había toda la intención de fusilarlos, pero tras pláticas conciliatorias decidió desterrarlos, no sin antes imponerles un préstamo forzoso. Esta decisión no fue del agrado de su lugarteniente, el temible verdugo Rodolfo Fierro.
Villa abandonó Torreón, quedando otra vez en poder Federal en 1914. Pero nuevamente Villa decidió retomar dicha plaza por su importancia estratégica. Los torreonenses vivían en continua zozobra, pues conocían los saqueos, violaciones y asesinatos que traía cada toma de la Ciudad.
La colonia china estaba siendo agitada por toda clase de temores. Corría el rumor de que los villistas acabarían con ellos —versión surgida de los mismos federales para obligarlos a tomar las armas y defenderse de los revolucionarios… terrible engaño—. Al empuje de las fuerzas villistas los federales fueron replegándose, mientras los chinos se parapetaron en el edificio del Banco Chino, actualmente Hotel Laguna (en la esquina de Juárez y Valdés Carrillo).
Al acercarse los villistas con su famoso grito de ¡Viva Villa!, los chinos dispararon contra ellos. Los revolucionarios fácilmente lograron la derrota, dada la inexperiencia de los chinos en el manejo de las armas.
Con la sangre hirviendo de rabia los revolucionarios tomaron el edificio del Banco, donde llevaron a cabo uno de los más ignominiosos capítulos que ha visto nuestra Ciudad. Tomaron prisioneros a los chinos sobrevivientes, los subieron a la azotea del edificio y tomándolos de su cabello trenzado los arrojaron al piso de la calle, muriendo de manera espantosa.
Algunos que lograron correr —incluyendo a niños y mujeres– fueron lazados y arrastrados por las calles hasta matarlos. Se dice que ese día murieron más de 300 chinos. Tras la matanza, el saqueo. Del Banco Chino tomaron todos los depósitos de oro y plata. Fierro fue quien dirigió, con diabólico placer, la matanza y el saqueo, y en sus manos quedó buena parte del botín. Testigos de tan dantesca escena cuentan que Fierro reía a mandíbula batiente durante la masacre.
Del oro chino nadie supo jamás el paradero.
Esta leyenda fue recopilada por Octavio Alberto Orellana Wiarco, y apareció publicada en el libro Habla el Desierto, Leyendas de La Laguna, editado y publicado por El Siglo de Torreón en el año de 1997.