Ante la pregunta de qué es una universidad o cuál es su propósito, es muy probable que la mayoría responda que su función es preparar personas para una profesión y otorgarles un título que certifique esta competencia. Si bien ésta es una tarea importante de cualquier institución de educación superior, en realidad representa sólo una pequeña parte de lo que significa ser universitario. Intentaré explicar esta visión, aprovechando que nos encontramos en un mes donde la mayoría de las universidades comienzan sus ciclos escolares.
La universidad es un ecosistema que facilita el desarrollo de habilidades, no sólo para una profesión, sino también para trabajar en distintos ámbitos e, incluso, para navegar mejor en la vida. En este espacio se fomenta el pensamiento crítico, la capacidad analítica y la síntesis. Un egresado universitario, en principio, sabe trabajar mejor en equipo, realizar una buena presentación, defender sus ideas y dialogar con otros.
Si observas a un alumno que ingresa al primer semestre y a un recién egresado, el cambio suele ser sorprendente. Se advierte una mayor madurez. Han desarrollado más el carácter, aprendido a superar proyectos y exámenes difíciles que han forjado su personalidad. Suelen contar con un bagaje cultural y académico que les brinda seguridad para enfrentar retos profesionales y personales.
Al mismo tiempo, si existe el acompañamiento adecuado, pueden aprender a conocerse más, manejar mejor sus emociones, divertirse, encontrar un equilibrio de vida y trazar un proyecto de vida medianamente equilibrado. La universidad es, también, el lugar de la perspectiva, donde uno aprende a ver en detalle sin perder de vista el conjunto: pueden ver las líneas de Nazca de cerca y, al mismo tiempo, alejarse a mil metros de altura, advirtiendo mucho mejor su significado. Así se comprende mejor la realidad.
Otorgar un título implica un sello de garantía institucional que respalda que esa persona es apta para ejercer determinada profesión. Esto no es un tema menor. Las instituciones educativas de nivel superior tenemos una responsabilidad grave, pues de ello, más la libertad de sus egresados, dependerá en el futuro la impartición de justicia, la certeza de un estado financiero, incluso, una vida humana. Sin embargo, este aspecto es sólo uno de todo lo que puede aportar el mundo universitario.
La universidad es el lugar de la conversación culta, de los grandes sueños, de los ideales, de las altas miras, del diálogo inteligente, de las relaciones tan profundas como desinteresadas, del desarrollo del espíritu, del amor por la sabiduría, de la pasión por el estudio, de la primera investigación. Es, también, el espacio de alegrías y tristezas, logros y frustraciones, aciertos y desaciertos, en el que aquellos que aprenden a aprender, en todos los ámbitos, salen sumamente fortalecidos.
John Henry Newman, en La idea de la universidad, lo decía de una forma más poética y profunda: “Una universidad es el escenario del entusiasmo, del esfuerzo gratificante, de la exposición brillante, de la irresistible influencia, de la afinidad poderosa y difusiva; el santuario de nuestros mejores afectos, ámbito íntimo de nuestros recuerdos más queridos, mágico reducto que toca el más allá, refugio del espíritu y del alma cansados, estemos donde estemos, hasta que llegue el final”.
Si quieres conocer a fondo una universidad, no te fijes solamente en su página web, sus redes sociales o un par de videos de YouTube. Visita sus pasillos, observa los rostros, advierte la limpieza, conversa con sus profesores y su personal de mantenimiento, respira el ambiente de la biblioteca, pregúntale a un alumno cómo se siente, analiza sus talleres y laboratorios, descubre si la exigencia es alentadora, respira el ambiente de la vida universitaria. Todo ello es un pronóstico certero de cómo serás al egresar de ese recinto.
Si tuviéramos que resumir en una sola idea qué deja la universidad más allá de un título, me gusta expresarlo con la analogía de las alas y las raíces. Otorgar alas a los alumnos para poder volar alto, ser muy libres y ver con perspectiva; curiosamente, el peso de las alas, el esfuerzo, es proporcional a la altura que se puede alcanzar. Pero, al mismo tiempo, desarrollar raíces sólidas, donde el estudiante sepa cuál es su centro, quién es como persona, capaz de cimentar bases que soporten los vientos y las tormentas futuras. Octavio Paz lo resumía muy bien: “La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces”.
Una última reflexión. Según numerosos estudios realizados por Tyler VanderWeele, del Human Flourishing Program de Harvard, para tener una vida plena en el largo plazo hay tres aspectos que ayudan mucho: amistades profundas, un sentido moral y la práctica de alguna religión. Dicho por un instituto no confesional, esta reflexión es interesante en un mundo universitario con tintes más bien laicistas que se ha desprendido dramáticamente de sus orígenes religiosos, que formaban parte de aquella concepción original de “universalidad”, pero que, parecería, siguen siendo cimientos sólidos que pueden ayudar a los universitarios a enfrentar tiempos de tanta ansiedad.