Un dos de noviembre de mi ya lejana infancia transcurrida en Matamoros, Coah., fui con mis padres a visitar la tumba de los abuelos. Miraba los sepulcros y hubo uno que me llamó la atención: un mausoleo erguido sobre el paisaje circundante.
Observé su austera, pero elegante arquitectura; vi cómo mucha gente, con respeto y devoción, depositaba en su interior ofrendas alimenticias, colocaba retablos, lo adornaba con flores, encendía ceras y colgaba milagros.
Era un monumento de granito blanco, frío… como ejecutando una actividad solemne con todo su conjunto de columnas adosadas, de ventanas ojivales y con su cancela metálica de guirnaldas adheridas de plateado laurel. Dos jarrones destacaban en los extremosde la fachada, que daba hacia el oriente.
Sin atreverme a entrar, tras los polvosos vidrios de las ventanas vislumbré en su interior un altar, imaginando que en cualquier momento se haría visible en ese recinto de la familia Ceballos, el médico de nuestra leyenda.
Se cuenta que por el año de mil novecientos… llegó a Matamoros don Juan, cabeza de una familia compuesta por tres varones y una dama. Establecieron una farmacia por la calle Niños Héroes; anexo a ella estaba el consultorio del menor de los hijos, que había estudiado medicina en Morelia.
Para todos era conocido corno el Dr. Ceballos, hombre de presencia distinguida, siempre detraje y corbata de color oscuro; tez blanca y cabello negro y ondulado; frente despejada, un bigote fino y arreglado, nariz recta y con un porte de intelectual acentuado por susgafas.
Vida y muerte del doctor Ceballos
Caritativo y agradable, el Dr. Ceballos solía consultar gratuitamente a quienes no podían pagarle, facilitándoles además el surtido de la receta; en algunos casos incluso alimentos llegaba a proporcionar.
Su filantropía había dado lustre a su prestigio y ganado el respeto de toda la comunidad, llevándolo a desempeñar el cargo de médico del Municipio y a ocupar la Presidencia Municipal.
Tras una época de prosperidad sobrevino el infortunio. Transcurría 1946 cuando llegó ante el Dr. Ceballos un enfermo procedente del sur del País, atendiéndolo con el profesionalismo de siempre.
El paciente regresó a su lugar de origen, pero unos pocos días después el médico sintió el piquete de un bicho: miró hacia el lugar y su rostro se transformó en una máscara de terror al descubrir un piojo blanco, portador del nefasto tifo.
El mal avanzó inexorable, teniendo el enfermo que recluirse en su casa; luego fue hospitalizado en la Clínica Torreón. Los esfuerzos de sus colegas fueron inútiles, y el primer día de mayo la noticia de su deceso corrió como reguero de pólvora por toda la Región.
Debido al tipo de enfermedad, las autoridades sanitarias dispusieron su inmediato traslado al panteón de Matamoros, tomando las precauciones necesarias y tratando de hacerlo con el mayor sigilo.
Cuando el cuerpo llegaba al poblado La Joya, un nutrido grupo de personas lo esperaba para formar el cortejo fúnebre; conforme iba avanzando se hacía mayor el número degente.
Al arribar a Matamoros, el conductor de la carroza no pudo continuar: una multitud le cerró el paso, obligándolo a trasladar el cuerpo hasta la iglesia de El Refugio, donde el párroco presidió una ceremonia en medio de las lamentaciones de un pueblo profundamente adolorido.
¿Cuáles fueron los milagros del doctor Ceballos?
Por la vida ejemplarmente caritativa que llevara el Dr. Ceballos, el pueblo comenzó a urdir una leyenda en la que se narran sucesos extraordinarios; son tantos, que solo escribiré acerca de tres de ellos.
Ernestina, una muchacha de Matamoros, había ido a Torreón, en busca de trabajo; pero su viaje fue infructuoso. De regreso, en el autobús se encomendó al espíritu del Dr. Ceballos, pidiéndole su auxilio.
Por equivocación se bajó del autobús una cuadra antes, precisamente frente a la Farmacia Ceballos, atendida entonces por la hermana del difunto. Al ver a Ernestina la señoritaCeballos la llamó y le ofreció el puesto de cajera.
Poco después la misma muchacha soñó que la aquejaba un fuerte dolor y que el Dr. Ceballos le recetaba cierta medicina. Al día siguiente fue a visitar a una de sus hermanas, encontrándola presa de fuertes dolores, como los que ella había soñado pocas horas antes.
Fue a la Farmacia y le contó lo sucedido a la Srita. Ceballos; buscaron afanosamente el medicamento, pero no lo encontraron. De pronto, Ernestina recordó un viejo mostradorque estaba en el patio, fue a él y en un cajón encontró el medicamento prescrito durante el sueño. La hermana lo tomó y los dolores desaparecieron.
Otro caso insólito sucedió a la hija de una señora llamada Antonia. La niña estaba gravemente enferma, y por una necesidad urgente hubo que dejarla sola, con gran preocupación de la madre.
Poco después llegó presurosa la señora Antonia para ver cómo seguía su hija, quedándose estupefacta al verla, no solo con el conocimiento recobrado, sino mostrando una notable mejoría.
La sorprendida madre le preguntó qué había pasado, y su asombro fue mayor cuando la niña le contó que había ido a verla el Dr. Ceballos… luego de mucho tiempo de haber muerto.
Algo similar le sucedió a una joven del ejido Santo Tomás, quien había pasado una noche en agonía tras una larga enfermedad. Al día siguiente, la joven recobró la lucidez y les dijo que había ido a verla el Dr. Ceballos, recetándole el medicamento apropiado.
Los familiares, escépticos, no le creyeron; pero cuál sería su sorpresa cuando la joven sacó debajo de su almohada la receta escrita. Los familiares surtieron y aplicaron lamedicina y ante el asombro y felicidad, vieron cómo la joven se recuperaba, después de haber sido desahuciada.
El alba va apareciendo en el horizonte, dejo mi estudio y mis ojos se topan con un libro de Bécquer; no puedo menos qué recordar sus versos:
«¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es vil materia, podredumbre y cieno?
No sé, pero hay algo que explicar no puedo,
que al par nos infunde repugnancia y duelo,
al dejar tan solos… tan tristes… los muertos».
Esta leyenda fue recopilada por Rubén Rodríguez García, y apareció publicada en el libro Habla el Desierto, Leyendas de La Laguna, editado y publicado por El Siglo de Torreón en el año de 1997.