WASHINGTON- Al principio las historias de él parecían inofensivas. Narraciones sobre organizaciones secretas que conspiran para adueñarse del mundo, sobre los tipos buenos que trabajan para salvarlo, y sobre la evidencia que, si sabías dónde buscar, se ocultaba a simple vista.
Para Ramona, las historias de teorías conspirativas de su novio Don sonaban como una película. Mucho de ello no tenía mucho sentido, pero Ramona asentía de todos modos. Don disfrutaba contar sus historias y presumir lo que había leído en línea. Siempre sabía la respuesta.
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La pareja se conoció cuando aún estaban en la escuela secundaria. Trabajaban en el mismo negocio de comida rápida en la ciudad natal de Ramona en el oeste de Tennessee. Empezaron a salir unos años después. Don era un tipo grande, hábil con los motores; alguien que podía arreglar cualquier cosa. Ramona siempre había querido ser maestra y estaba matriculada en una universidad cercana. A veces batallaba con la ansiedad, pero con Don se sentía segura.
La pareja se mudó a vivir junta cuando la pandemia de COVID-19 azotó el mundo. Para Don, la pandemia y la respuesta global para enfrentarla estaban llenas de pistas que apuntaban a algún tipo de conspiración, orquestada por los gobernantes de Estados Unidos y los medios de comunicación. Quizás el virus se filtró accidentalmente desde un laboratorio; tal vez era un arma biológica. Don también sospechaba que los confinamientos tenían un propósito nefasto y creía que las vacunas no eran seguras, sino que tal vez habían sido diseñadas para matar.
Las historias locas de Don habían parecido inocentes e incluso tontas antes, pero en medio de la pandemia del coronavirus de pronto parecieron plausibles. En una época terrible, cuando las preguntas sobre el virus superaban en número a las respuestas, las teorías de conspiración llenaron algunos de los huecos.
“Tengo mucho miedo de lo que no puedo controlar”, dijo Ramona, ahora de 23 años, sobre su mentalidad vulnerable a medida que se propagaba el COVID-19. Ramona aceptó contar su historia a The Associated Press después de que detalló sus experiencias en un foro para teóricos conspirativos en recuperación. La AP no está proporcionando el nombre completo de Ramona ni el de su exnovio para proteger la privacidad y seguridad de ella. “Las cosas que me contaba me hicieron sentir que al menos nosotros lo entendíamos. Él tenía una explicación para lo que estaba ocurriendo. No me di cuenta de en qué me estaba metiendo”.
Esta realidad alterna alimentada por estas teorías de conspiración transformaría la vida de Ramona, llevándola por un camino oscuro de paranoia y soledad que trastornó su vida y convirtió sus sueños del futuro en un caos. Convencida de que un “Nuevo orden mundial” estaba en marcha, cayó en una trampa en la que han caído millones de estadounidenses e incluso, en ocasiones, ha secuestrado la política de la nación.
Aislados de amigos y familiares, recelosos de las explicaciones ofrecidas por las autoridades y los medios de comunicación, Ramona y Don comenzaron a prepararse. Las fuerzas armadas podrían intentar enviar a estadounidenses como ellos a campos de concentración administrados por la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés). Tenían que estar listos para huir.
La pareja comenzó a acumular alimentos y suministros. Don preparó una bolsa de emergencia que contenía equipo de supervivencia. Usó sus modestos ahorros para comprar un fusil, una pistola y municiones.
Un frío día de enero de 2021, Don leyó acerca de un corte de energía en la Ciudad del Vaticano en uno de sus sitios web de teorías de conspiración. La pareja habló sobre lo que podría significar: quizás el papa había sido arrestado en secreto por su papel en la conspiración para controlar al mundo. O tal vez los tipos malos habían cortado la electricidad para contrabandear víctimas sexuales infantiles hacia el Vaticano o fuera de él.
De cualquier manera, el apagón significaba que sucedía algo grande. No existen las coincidencias; solo pistas por descifrar.
Unas horas más tarde, Ramona estaba en el dormitorio cuando las luces de su casa en Tennessee parpadearon y luego se apagaron. Don empezó a gritar. Ramona dice que sonaba casi eufórico.
“Él entra corriendo al dormitorio”, recordó Ramona. “Dice: ‘Cariño, tenemos que irnos. ¡Llegó el momento!’”
Subieron sus armas y al perro en el automóvil y se adentraron en la oscuridad.
PROFUNDIZANDO CADA VEZ MÁS
La AP habló con más de una docena de personas cuyas vidas fueron trastornadas por teorías de conspiración, ya sea porque creyeron en ellas o porque un ser querido cercano lo hizo.
Muchas hablaron del aislamiento social que resulta de pasar cada vez más y más tiempo en sitios web y foros de mensajes sobre teorías conspirativas.
Hablaron de dinero perdido en estafas de inversión o productos que decían revertir el envejecimiento o curar el COVID-19. Reportaron una creciente sensación de paranoia y desconfianza a medida que comenzaron a perder la fe en su comunidad y en sus compatriotas estadounidenses.
Los excreyentes dijeron que las teorías de la conspiración les ofrecieron significado cuando se sentían vacíos, incluso si esas promesas resultaron ser huecas.
“Tenía tendencias suicidas antes de meterme en las teorías conspirativas”, dijo Antonio Perez, de 45 años, un hombre de Hawai que se obsesionó con las teorías de conspiración sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001 y con QAnon (abreviación de “Q-Anónimo”, una teoría conspirativa de la extrema derecha estadounidense), hasta que decidió que interferían con su vida hace dos años. En aquel entonces, cuando por primera vez encontró en línea a otros teóricos conspirativos, estaba extasiado. “Fue como: ¡Dios mío, por fin encontré a mi gente!”
“Creo que adquirí un sentido de presunción” a partir de las teorías de conspiración, dilucidó Perez. Creía que él por sí solo “estaba descifrando todo. Todo tiene que ver con querer ser un héroe”.
La creencia en teorías conspirativas es una parte común, y generalmente inofensiva, de la necesidad instintiva de las personas de identificar amenazas y explicar lo desconocido. Pueden ser una diversión entretenida para muchos, aunque para algunos, el interés obsesivo en estas afirmaciones puede conducir al aislamiento social, la paranoia y la desconfianza.
Estas creencias también generan su propia comunidad.
Los sitios web, los podcasts en plataformas de streaming, los foros en línea y los grupos de Facebook han creado refugios virtuales para los teóricos conspirativos. Son lugares para especular e intercambiar información sin preocuparse por las burlas de los externos; clubes virtuales donde, durante unas horas al menos, se pueden ver y entender las fuerzas invisibles que aparentemente operan tras los titulares noticiosos.
Han surgido comunidades en línea similares para los familiares y seres queridos de quienes se ven absortos en teorías de conspiración como QAnon.
En foros de Reddit y otros sitios, muestran el duelo por las relaciones perdidas y se lamentan de los mundos de fantasía que absorbieron la atención de sus seres queridos.
“He extrañado mucho a mi mamá últimamente”, se lee en una publicación de una mujer cuya madre se introdujo en QAnon. Otra publicación lamenta la relación con un hermano, perdida ante la teoría conspirativa: “Lo que más extraño es su risa tonta”.
Las personas eligen en qué creer. Día a día construyen una visión del mundo, y la utilizan para comprender el pasado y el presente, y tomar decisiones para el futuro. Pero si las personas escogen las historias equivocadas, corren el riesgo de mentirse a sí mismas y a los demás.
“Somos las historias que nos contamos a nosotros mismos”, dijo John Llewellyn, profesor de la Universidad Wake Forest que estudia las teorías de conspiración y por qué la gente cree en lo que cree. “Hemos descendido en la Luna y ahora tenemos inteligencia artificial, para bien o para mal, pero sin importar lo avanzados que estemos, todavía tenemos que ocuparnos del cerebro humano”.
Pero las historias que la gente se cuenta a sí misma no siempre son lo mismo que la verdad, y la diferencia, como descubrió Ramona, puede ser la diferencia entre la libertad y una prisión.
LA HISTORIA DE RAMONA
Cuando Ramona era niña, su padre trabajaba como subastador. Un día trajo a casa un pupitre antiguo que no se vendió.
Cuando las amigas de Ramona venían, jugaban a la escuela y Ramona siempre hacía el papel de maestra. Cuando estaba sola, alineaba sus animales de peluche y “les enseñaba todo lo que había aprendido ese día en la escuela”, recuerda. No se dio cuenta en ese momento, pero quedó fascinada.
Ramona estudiaba para obtener un título en educación y vivía en los dormitorios de la universidad en el momento en que llegó la pandemia. Don trabajaba en la planta automotriz local. Cuando las clases de Ramona empezaron a ser impartidas en línea, él la instó a abandonarlas. Él tenía un buen salario, suficiente para que Ramona dejara su trabajo y abandonara la universidad. Ramona no quería renunciar a su educación, por lo que, en un acuerdo negociado, se transfirió a una universidad local más pequeña para estar más cerca de Don durante la pandemia. En poco tiempo ya se había mudado a vivir con él.
Sola y aislada debido al confinamiento, Ramona leía y hablaba cada vez más sobre teorías de conspiración. Aunque ella y su novio no usaban esa palabra, sus puntos de vista coincidían con los de QAnon, la teoría conspirativa extendida que dice que Donald Trump lucha contra un culto satánico secreto de líderes mundiales y celebridades que intentan dominar al mundo. El pensamiento de QAnon es que ese grupo, conocido como la “Camarilla”, no sólo controla los acontecimientos mundiales, sino que también trafica con niños para su explotación sexual y consume sangre humana para prolongar sus vidas.
Inspirado inicialmente por un afiche anónimo en línea que afirmaba, sin ninguna evidencia, tener información privilegiada del gobierno, QAnon se ha convertido en un nexo para varias teorías conspirativas relacionadas con el COVID-19, Trump y las elecciones estadounidenses.
A medida que la pandemia se prolongó, la ansiedad de Ramona aumentó. Le preocupaba su futuro, su padre anciano y lo que el COVID-19 le haría a sus pulmones enfermos.
Había tenido muchos amigos en la universidad, pero debido al confinamiento y a su relación con Don, hablaba con ellos cada vez menos. Don iba a trabajar diariamente, así que Ramona tenía poca compañía. “Él estaba en el trabajo de ocho a nueve horas al día. Yo no tenía nada que hacer”, dijo, sino profundizar más y más en las historias extrañas y aterradoras que encontraba en línea.
Las teorías de conspiración no ayudaron mucho a aliviar la ansiedad de Ramona, pero sí ofrecieron respuestas. Proporcionaron una salida a sus miedos y le dieron la idea de que, si investigaba lo suficiente, tal vez ella tendría el poder para dominarlos. Se unió a grupos de Facebook dedicados a QAnon. Comenzó a visitar salas de chat en línea y foros dedicados a teorías conspirativas.
“El mundo ya es bastante aterrador sin teorías de conspiración”, dijo. “Pero cuando las crees, al menos pueden darte respuestas. Si tienes miedo de lo desconocido”, las teorías de conspiración ofrecen “una respuesta, sin importar lo descabellada que sea”.
ENTRENAMIENTO PARA EL FIN DEL MUNDO
Ramona y Don pasaron gran parte de la pandemia preparándose para un futuro sombrío. La tradición de QAnon profetizó que las fuerzas del bien, encabezadas por Trump, triunfarían contra las fuerzas del mal en una batalla final conocida como la “Tormenta”. Antes de la Tormenta, dicen los creyentes de QAnon, se cortará la electricidad, tal vez en todo el mundo, así como la mayoría de los medios de comunicación.
Los seguidores de QAnon llaman a este tiempo los “10 días de oscuridad”.
La pareja comenzó a entrenarse para escapar con ejercicios diseñados para probar su preparación. Cuando Don daba la orden, se apresuraban a vestirse y cargar lo esencial en el automóvil. A menudo, los simulacros se llevaban a cabo luego de que Don leía algo en línea.
“A veces simplemente estaba recostada en el sofá y él decía: ‘Creo que tenemos que preparar las cosas’”, dijo. “Por lo general, habría estado navegando en su teléfono antes y habría visto algo que había hecho que se le prendiera el foco”.
La noche en que se fue la electricidad, Ramona ayudó a subir al perro, la bolsa de emergencia y las armas al vehículo. Planeaban dirigirse a la casa de los padres de Ramona, pero cuando llegaron a la carretera principal, vieron luces azules parpadeando más adelante. Dos patrullas estaban aparcadas en el arcén.
Don acercó el automóvil y lo estacionó. Notificó a los demás que quería preguntarle a la policía qué estaba pasando.
“Quédate adentro”, le dijo a Ramona. “No te bajes del auto. Regreso en seguida”.
Caminó hasta la patrulla. Un policía bajó la ventanilla. Hubo un intercambio rápido de palabras antes de que Don se diera vuelta y regresara a la camioneta, su rostro con una expresión sombría que para Ramona podría haber sido ira o podría haber sido miedo.
Don dijo que los agentes le dijeron que un tráiler había chocado contra un transformador. Buena parte de la localidad no tenía luz.
“¿Significa esto que deberíamos regresar a casa?”, preguntó Ramona.
No, dijo Don. Él no creía la explicación de los agentes. Junto con el apagón en la Ciudad del Vaticano, era demasiada coincidencia.
“Eso es sólo lo que nos están diciendo”, advirtió Don a su hermano y a Ramona. “Es justo lo que quieren que creamos”.
Siguieron su camino y, tras salir de una curva, vieron el brillo neón de un centro comercial más adelante. Los autos hacían fila en un restaurante de comida rápida. La gente recogía una cena tardía mientras ella y Don se dirigían a enfrentar el fin del mundo.
Don dio vuelta al auto y se dirigió a casa.
Al día siguiente, descartó el incidente como un simple simulacro más y dijo que en realidad no se había asustado.
A Ramona le resultó más difícil dejar atrás el episodio. Su mente repasó las explicaciones de Don. ¿Por qué mentiría la policía sobre un corte de electricidad? ¿Qué tendría que ver un apagón en la zona rural de Tennessee con la Ciudad del Vaticano?
“Empecé a pensar: tal vez todo esto sea un engaño”, refirió. Pero cuando le confesó estas dudas a Don, él negó con la cabeza. Mantente fuerte, replicó. “Mantén la fe”, decía. “La tormenta se acerca”.
En los días y semanas siguientes, Don ideó nuevos entrenamientos. Despertaba a Ramona en medio de la noche y le decía que tenían que subir sus cosas al auto e irse de inmediato, sólo para decirle después que todo había sido una prueba. Se escondía en los armarios y salía repentinamente cuando Ramona pasaba por allí. Si ella gritaba sorprendida, él se enojaba y le decía que tenía que endurecerse si quería sobrevivir al fin de los tiempos.
Los simulacros sólo la pusieron más ansiosa y se asustaba más fácilmente. Hasta el día de hoy, odia las bromas pesadas y a veces le preocupa que alguien se esconda detrás de una puerta para sorprenderla.
“¿Qué vas a hacer cuando los militares vengan a ponerte en un campamento de la FEMA?”, le preguntó él después de que uno de sus ejercicios la hiciera romper en llanto.
EL ESCAPE
Al principio, las teorías de conspiración ayudaron a Ramona a darle sentido al mundo. Pero ahora su ansiedad aumentaba. Los simulacros constantes, el flujo continuo de contenido sobre tráfico sexual infantil y sacrificios satánicos era demasiado.
Ver videos divertidos en TikTok había sido una de las formas favoritas de Ramona para relajarse. Esa diversión ya no funcionaba. Ver a la gente reír o hacer tonterías sólo la entristecía. “Simplemente pensaba: ¿Sabe esta persona lo que se aproxima?”, señaló.
A veces, Ramona sentía que no podía recuperar el aliento. Le preocupaba el futuro. No dormía bien.
“En la noche, durante horas, simplemente revisaba el teléfono y buscaba y leía. Entre más leía, más ansiosa estaba”, dijo.
Además comenzó a pensar más y más en cómo ninguna de las predicciones y profecías expuestas en la teoría de QAnon se había hecho realidad. Trump no fue reelegido de manera aplastante en 2020. Las personas vacunadas no se habían convertido en zombis. No hubo ejecuciones públicas de miembros de la “Camarilla” en el National Mall, el complejo de monumentos en el centro de Washington. Los 10 días de oscuridad no llegaron. La Tormenta no había ocurrido.
Aproximadamente en esa época, una de las amigas de Ramona le dijo que se tomaría un descanso de las redes sociales, una “limpieza”, lo llamó, para ver si eso ayudaba a su salud mental. Ramona sintió curiosidad. En cierta manera, sabía que sus hábitos en las redes sociales estaban relacionados con su ansiedad. Súbitamente, decidió unirse a su amiga. Ahora cree que alguna parte de su cerebro vio eso como una salida.
“El desplazamiento apocalíptico (en el teléfono celular) es la manera en que solía afrontarla”, dijo, refiriéndose a su ansiedad.
La “limpieza” se alargó de días a semanas, y Ramona percibió que su mente se relajó. Se sintió más presente. Al estar sus pensamientos menos perturbados, su mente comenzó a deambular. Buscó a viejos amigos y pensó en el futuro con más esperanza.
No obstante, los hábitos son difíciles de romper. Tras semanas de ignorar las publicaciones en su muro, Ramona volvió a iniciar sesión en Facebook. Extrañaba el sentido de comunidad que había encontrado en los foros de Qanon, las personas, no las creencias, y quería reconectarse.
Pero el grupo de Facebook había desaparecido, purgado por el mismo Facebook. Para entonces, QAnon había sido vinculado a un número creciente de incidentes violentos, así como a los intentos de Trump por anular las elecciones de 2020. Tras darle una plataforma gratuita a la teoría conspirativa durante años, Facebook la desconectó. Ramona nunca pudo despedirse.
“No había a dónde ir. Simplemente desapareció”, apuntó. “En ese momento, creo que yo había decidido que ya no la necesitaba”.
A Don no le gustó cuando Ramona le dijo que ya no quería involucrarse con las teorías de conspiración. Tampoco le gustó cuando mencionó que quería volver a la escuela y terminar sus estudios.
Un día las discusiones se tornaron violentas, refirió Ramona. Don siempre había hecho que ella se sintiera segura y protegida, pero después de que la golpeó, supo que eso nunca sería así. Fue la última pista que necesitaba.
“Comencé a darme cuenta de que tenía que salir”, dice.
Se mudó de casa de Don y se quedó en los sofás de sus amigos por un tiempo y luego, unos meses después, volvió a matricularse en la universidad. Reconectó con amigos y también hizo algunos nuevos. Empezó a salir con un antiguo amigo de la secundaria. Se hicieron novios después de unos meses y se casaron en 2022.
Ramona habló por última vez con Don hace unos dos años. Ella acababa de vacunarse contra el COVID-19. Cuando se lo dijo, lo escuchó llorar suavemente por teléfono.
“Me dijo: ‘Bueno, te vas a morir en menos de un año’”, recuerda Ramona.
Ese año pasó y luego otro. Ramona se graduó y consiguió un trabajo como maestra de alumnos de quinto grado. Sus días y pensamientos están llenos de estudiantes y planificación de lecciones, en lugar de simulacros nocturnos, bolsas de emergencia y tormentas que nunca llegaron.
Por David Klepper, The Associated Press.